Salvador
Camarena.
Los modelos (es un decir) de
transporte público de nuestras ciudades llevan décadas de rezago. Además,
constituyen feudos de poder que atemorizan a cualquier gobernador. Los ejemplos
de cómo la autoridad es incapaz de imponer orden son múltiples. Desde taxistas
en aeropuertos que cobran tarifas europeas por sacarte de la terminal, hasta
parvadas de vehículos irregulares que dan servicio en colonias periféricas.
Pasando, por supuesto, por el reino salvaje de los microbuseros y, en el caso
de la Ciudad de México, de un Metro desbordado.
El éxito de plataformas como Uber se
puede explicar, al menos en parte, a que en países como México han ido
rompiendo el abusivo grillete que ponía al ciudadano sin auto propio (o con
ganas de no usarlo) ante la disyuntiva de jugársela en un pesero donde te
asaltan, o ceder al chantaje de taxistas que sangran al pasajero con lo que les
viene en gana.
Pero así
como Uber (con todos sus defectos) ha padecido agresiones en la capital y otras
entidades, otros servicios que proponen soluciones a la maraña de la movilidad
enfrentan la resistencia de quienes medran con ese caos.
Si las cosas no cambian de último
minuto, este lunes en la Ciudad de México cientos de personas que se trasladan
a Santa Fe irán con el Jesús en la boca. Son los clientes de Jetty, una
plataforma que conecta a pasajeros que buscan viajar de manera programada,
cómoda y segura.
Desde hace
más de un año, Jetty se asoció con
transportistas que, entre otras rutas, llevan a capitalinos a su trabajo a
Santa Fe, siempre un punto de muy complicado acceso.
Si viajas con la ayuda de Jetty pagas
un poco más que en el camión ordinario, pero sin la duda sobre si pasará o no a
tiempo, sin temor a ser asaltado, y sin riesgo de perder el lugar que
reservaste. Eso es lo que hacen cada semana doce mil personas distintas que
viajan a Santa Fe desde la plataforma de Jetty.
Son doce mil personas que prefieren
un transporte colectivo a usar un auto (propio o alquilado) para cada uno de
esos viajes. Más vagonetas o camiones de Jetty significan calles con menos
autos. Ya sólo por eso debería ser digna de atención de las autoridades.
No era de extrañar que si el
secretario de Transporte se llamaba Héctor Serrano y el jefe de Gobierno (es un decir) era Mancera, una idea innovadora fuera desdeñada e incluso bloqueada
desde el palacio del Ayuntamiento. Lo preocupante es que con el cambio de
administración Jetty viva, a pesar de contar con permisos similares a los de
Uber, el mismo abandono gubernamental.
La semana pasada, trogloditas de la
Ruta 5 del transporte chilango atentaron contra unidades, choferes y pasajeros
que usan Jetty. Y el gobierno de Sheinbaum y la Secretaría de Movilidad, a
cargo de Andrés Lajous, nada hicieron para, primero, detener las agresiones ni
para, segundo, garantizar que quienes opten por Jetty puedan seguir
trasladándose en unidades afiliadas a esa plataforma.
Si Jetty es impedido de nueva a
cuenta a dar su servicio a Santa Fe (la semana pasada paró operaciones), lo que
está en juego es mucho más que el traslado de un par de miles de personas al
día.
Un gobierno con legitimidad como es
el de Sheinbaum no tiene pretexto para seguir condenando a los capitalinos a
vivir bajo el yugo de las mafias de peseros y microbuseros.
Jetty es una oportunidad para que
muestren liderazgo y hagan buena su promesa de que esta sería un gobierno de
innovación. Deberían promover que hubiera más servicios como el de Jetty, no
lavarse las manos y mirar a otra parte cuando a punta de golpes los transportistas
quieren imponer sus reglas.
Es una batalla por el presente, ni
siquiera por el futuro. Ya veremos de qué lado se ponen Sheinbaum y Lajous.
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