miércoles, 1 de marzo de 2017

El dilema amarillo.

Adela Navarro Bello.

Desde su fundación en mayo de 1989, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) solo ha tenido dos candidatos a la Presidencia de la República en 28 años y cuatro elecciones federales (en cinco si contamos la de 1988, que aun cuando no era formalmente PRD, el Frente de Reconstrucción Cardenista fue el antecedente de ese partido): Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Andrés Manuel López Obrador.

Hoy día, de cara a su quinto proceso electoral (o sexto como lo quiera ver) al PRD renunciaron los dos, Cárdenas y López. El primero lo hizo en 2014 por diferencias con la forma de conducir el partido que él fundó, y el segundo en 2012, y básicamente por las mismas razones. Cuauhtémoc Cárdenas se ha dedicado al pensamiento político nacional y Andrés Manuel López Obrador a establecer y consolidar su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

En las tres elecciones en las que participó el ingeniero Cárdenas, el PRD quedó en segundo lugar en 1988, y en la tercera posición en los comicios de 1994 y 2000. Su mayor votación la obtuvo en el 2000 con 6 millones 256 mil 780 sufragios. Andrés Manuel López Obrador, por otro lado, fue el abanderado de la coalición encabezada por el PRD en 2006 y 2012, su mejor votación la obtuvo en este último proceso, con 15 millones 896 mil 999 votos, sin embargo la menor diferencia respecto al ganador, la acarició en 2006 cuando poco más de 243 mil votos, menos de una décima de diferencia lo separaron del resultado reconocido en Tribunales a Felipe Calderón Hinojosa.

Los votos, como se puede apreciar en la estadística, no son algo regular en el PRD con todo y sus aliados. O están en tercer lugar o en segundo casi en primero, y ha sido evidente que mucho tiene que ver la figura y personalidad del candidato.

Aun así, sin liderazgos con matices presidenciables visibles, pues parece que primera vez en 28 años ni Cuauhtémoc Cárdenas, ni Andrés Manuel López Obrador serán el candidato, en el partido del sol azteca o van solos electoralmente hablando y contra la propia existencia, o se alían a partidos grandes, también contra su propia subsistencia.

La realidad es que el PRD sin sus dos figuras más emblemáticas, y con una división de las corrientes internas en una lucha de la obtención del poder por el poder y sin ponderar la ideología de izquierda, parece encaminarse a la extinción de un partido serio y con proyecto de nación como tal, para transformarse en un partido satélite más, que parece vender el pensamiento y el compromiso nacional, en alianzas para obtener pequeños espacios en cámaras (sean federales o estatales) y en cabildos.

La desbandada que ha arreciado en las últimas semanas da cuenta de ello. Nueve senadores del PRD han renunciado a ese partido para integrarse a otros proyectos políticos particularmente al de Morena, lo más cercano que encuentran a la izquierda de los noventa que los atrajo a la vida pública.

Esta semana, con el abierto apoyo de Miguel Barbosa, coordinador de la fracción perredista en la Cámara de Senadores, el PRD ha sido banderilleado.  Barbosa lo dijo claro: “Así como en el PRD hay quienes expresan su decidido apoyo al PAN, ya saben a quiénes me refiero, básicamente a las corrientes Nueva Izquierda y Los Galileos, con sus gobernadores Graco Ramírez, Silvano Aureoles, Arturo Núñez, y mientras otros expresan su apoyo a la aparición de Emilio Álvarez Icaza, yo expreso mi apoyo a López Obrador”.

Barbosa anticipa la que ha sido la hipótesis política fundada del sexenio: que ante el descrédito del Gobierno de Enrique Peña Nieto y el PRI sin un candidato afable, éstos apoyarán a la o al candidato del Partido Acción Nacional, aunque ciertamente la teoría cobra fuerza cuando se refieren a Margarita Zavala como la abanderada azul. En esas condiciones, y sin sus dos candidatos fuertes, ya con la experiencia de las alianzas políticas en Estados y Municipios, el PRD se aliaría -en caso que si Miguel Ángel Mancera no prenda en los Estados, donde ciertamente muy pocos electores lo conocen- solo para evitar que Andrés Manuel López Obrador gane la Presidencia de la República.

Sin apostarle al bipartidismo, las alianzas entre partidos “grandes” con partidos “pequeños” están yendo hacia allá. Hoy día la figura de López Obrador, quien enfrentará su tercera elección por sentarse en la Silla del Águila, parece unirlos.

Con un presupuesto arriba de los 477 millones de pesos al año, dividido hasta la coronilla, con una desbandada que alcanza incluso al coordinador de los senadores (aunque Miguel Barbosa dijo que no dejará el PRD, solo apoyará desde ahí a López Obrador) realmente el partido del sol azteca está frente a una disyuntiva: morir políticamente de la mano del PRI y del PAN, o salvar algo de prestancia y mantenerse en la izquierda, así sea la de Andrés Manuel López Obrador.

Eso, o que imperen los grupos y apuesten a perder (para ganar pequeñas posiciones y presupuesto) de la mano de Miguel Ángel Mancera.


He ahí el dilema amarillo. Está de pensarse y mucho.

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