José Gil
Olmos.
El Partido
Revolucionario Institucional (PRI), por primera vez en su historia cercana a un
siglo, eligió como candidato presidencial a un personaje que no es de los suyos
y quien, por el discurso de honestidad y ética que maneja, en contraposición
con la historia de muchos priistas, pareciera que le da vergüenza que lo liguen
con esa fuerza política.
Esta situación es parte de la
debilidad que manifiesta José Antonio Meade como candidato externo del PRI, al
que dice no pertenecer ni siquiera como simpatizante. Una situación
contradictoria que lo persigue desde que aceptó ser candidato y que entre la
base priista sigue generando desconcierto, indecisión e inconformidad.
“¿Cómo votar por alguien que no es de
los nuestros ni nos reconoce como su partido?”, “¿Por qué votar por alguien que
no acepta al partido que lo ha impulsado?”, son algunas de las preguntas que
permean entre los priistas de raigambre, los que con orgullo reconocen a su
partido, a pesar de los malos ejemplos como la corrupción, una marca de
identidad del PRI.
El
Revolucionario Institucional cuenta con una base militante de más de 6 millones
y, según las cuentas de su dirigente Enrique Ochoa Reza, Meade ganará con 20
millones de votos o el 40% de la votación. Es decir que faltan por conquistar
13 millones de votos para asegurar la victoria el próximo 1 de julio, y esa es
la tarea del candidato y de su equipo: convencer a los ciudadanos de a pie que
voten por el exsecretario de Hacienda y Crédito Público.
Ante un
candidato que no reconoce al PRI, los
militantes ya no están en la mejor disposición de apoyarlo, por lo menos eso
refleja la presencia menguada de asistentes a los actos de precampaña y los
primeros de campaña que iniciaron en Mérida, Yucatán, y Hermosillo, Sonora, en
lugares cerrados para compactar la imagen de asistencia.
El PRI tiene 14 gobernadores que en
tiempos de campaña se convierten en pilares para la estructura, el financiamiento
y la fuerza para conseguir votos. Ninguno de ellos, salvo el anfitrión Rolando
Zapata, asistió al primer evento de la campaña de Meade en Mérida. La señal que
da esta ausencia, más allá de las explicaciones políticas, es de debilidad.
Aquella
expresión de Meade de “háganme suyo”, cuando se presentó como precandidato
presidencial, parece no haberse concretado entre la militancia priista que, sin
reconocer que se trata de un hombre preparado, continúa preguntándose si se avergüenza de ser candidato del PRI. Ahí
está el punto de gravedad para Meade, esa contradicción que no logrará resolver
mientras se siga definiendo como “candidato ciudadano” no priista.
El PRI y Meade están metidos en un
conflicto interno de identidad que tiene repercusiones de debilidad ante su
militancia, acostumbrada a tener líderes reconocidos por su historia partidista
y su orgullo de pertenencia. Es tan evidente esta situación de falta de
reconocimiento por parte del excanciller, que en su imagen de campaña el logo
del partido apenas se ve junto a los del Verde Ecologista de México (PVEM) y
Nueva Alianza (Panal), que forman la coalición Todos por México
Así comenzó José Antonio Meade su
campaña, en tercer lugar, con una militancia insegura, su discurso sin
contundencia y predecible, y una contradicción de identidad partidista que no
genera confianza.
Por cierto….
El domingo por la mañana, José Antonio Meade Kuribreña recibió las bendiciones
de sus padres Lucía y Dionisio, que lo persignaron deseándole buena suerte en
el arranque de su campaña. Una imagen que busca crear empatía popular, pero que
también puede proyectar debilidad de un hombre que requiere más que
bendiciones, fuerza, carácter y brío para ser un candidato que logre remontar
las adversidades propias y del partido para ganar las elecciones y gobernar un
país en crisis.
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