Por Diego
Petersen Farah.
De todas lo
escuchado a lo largo de los tres primeros meses de gobiernos de López Obrador,
algunas emocionantes y esperanzadoras y no pocas barbaridades, ninguna me ha
asustado tanto como la candidez con la que la secretaria de Gobernación, Olga
Sánchez Cordero, dijo que cuando fueron a Morelos les tomó por sorpresa el
movimiento social, que no sabían que la situación estaba tan tensa por el
conflicto de la Termoeléctrica. Si lo hubiera dicho el encargado de prensa
sería grave, que no lo supiera el encargado de giras, gravísimo, pero que una
cosa así tome por sorpresa a la encargada de la gobernación de este país,
asusta. Se agradece, eso sí, la sinceridad, pues permite dimensionar el tamaño
del problema.
La
desaparición simultánea del Centro de Investigación y Seguridad Nacional
(CISEN) y el Estado Mayor Presidencial, encargado de organizar, checar y re-checar,
todas las giras presidenciales, abrió un enorme hueco de información. Las dos
instituciones estaban llenas de defectos, pero sobre todo de mitos, por lo que
simbólicamente fue muy eficiente aniquilarlos como los representantes del
pasado, pero en la práctica dejaron un hueco difícil de llenar.
El CISEN
cargó en su génesis con la macabra y triste memoria de la Dirección Federal de
Seguridad (DFS) y se generó una falsa idea de que había sido creado solo para
espiar a los políticos de oposición. No dudo que haya sucedido, pero de lo que
estoy cierto es que cada vez era menos escondido: no eran espías sino
procesadores de información, muchas veces incómoda para gobernadores, miembros
del gabinete y toda la clase política. Su verdadera misión era investigar y
anticiparse a las amenazas al Estado Mexicano y, como lo definió un
expresidente, ayudar al gobierno a saber dónde pisaba.
El Estado
Mayor era cada día más insoportable en su tarea de proteger al Presidente. Era,
eso sí, la institución más democrática de todo el país: trataba como perro a
todo aquel que no fuera el presidente. Su desaparición ha permitido tener una
presidente más cercano y alejado de la insoportable parafernalia del poder. Ver
un Presidente que vive y se mueve -casi- como una persona normal y accesible
para -casi- todos, ha sido de las agradables novedades del estilo personal de
López Obrador.
Si de algo
no peca López Obrador es de ingenuidad, conoce al país como ninguno y todas sus
acciones tienen sentido político, no da paso sin huarache y sabe hacer de los
errores virtud. El riesgo como siempre es haber tirado el agua sucia de la
bañera con todo y niño. El gobierno se puede dar el lujo de ser austero, pero
no incompleto; sencillo, pero no ineficiente; cercano, pero no cándido. Tres
meses después y visto a la luz de las declaraciones de la señora secretaria es
momento de evaluar, y corregir, esos excesos de sencillez que pueden terminar
en candidez.
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