Salvador
Camarena.
Hoy es
viernes de cuaresma, y unos por convicción, otros por tradición y otros más
sólo porque es viernes y el cuerpo lo sabe, preferirán comer pescado.
Hoy es
viernes, y otros tantos comerán pescado porque han dejado las carnes rojas,
porque no confían ya en el pollo, o porque creen que las especies marinas
tienen mayores ventajas nutricionales que, digamos, los productos del cerdo.
Hoy es
viernes y, como lo denunció hace exactamente un mes la organización Oceana, a
uno de cada tres de esos consumidores de pescado les darán gato por liebre; o
mejor dicho, un platillo preparado con un pez barato y malón como es el basa
(importado de Vietnam), que estará disfrazado de un potente mero o de un regio
huachinango.
El 12 de
marzo la citada organización dio a conocer los resultados de un estudio que
mostraba que en México 1 de cada tres pescados que se venden podrían ser de una
especie distinta (y en 60% de los casos de menor calidad) a la que el
consumidor había elegido y por la que había pagado.
El estudio
llegó a las primeras planas y los horarios estelares de los medios de
comunicación. Fuimos desengañados: ese suculento marlín que te comes en
realidad puede ser tiburón. Que no se nota, que no está mal de sabor, dirán
algunos. No, pero como los de Oceana advierten, no sólo estamos ante un fraude
al consumidor, que paga por un pez y recibe otro, sino que algunas de las
especies con las que se sustituyen a las preferidas del paladar mexicano están
en la categoría de amenazadas y casi amenazadas como, precisamente, ocurre con
cinco tipos de tiburón.
El problema
es que no hay casi para dónde hacerse, pues el engaño ocurre lo mismo en las
pescaderías tradicionales, en los supermercados y en los restaurantes. Según
este estudio, titulado Gato por liebre. Fraude y sustitución en la comida Del
Mar, la medalla de oro en falsificación de especies se la llevan las
pescaderías (36% de sustituciones), la de plata los restaurantes (34%) y la de
bronce los supermercados (17%). “Sin embargo”, advierten los de Oceana en su comunicado,
“fue en los supermercados donde se registraron peores prácticas de sustitución
y hasta de fraude, donde productos baratos son vendidos al público con el
nombre y precio de productos caros”.
El estudio
tomó muestras de ADN en 133 establecimientos de Ciudad de México, el más
importante centro de distribución de estos productos, en Mazatlán, el mayor
puerto pesquero del país, y en Cancún, en donde ya se imaginan la cantidad de
pescados que consume los turistas nacionales y extranjeros.
Sin embargo,
quizá los hallazgos más importantes del estudio hayan pasado inadvertidos. No
resultarán del todo sorprendentes en un país de impunidad como México, pero el
estudio nos lleva a pensar que la sustitución es apenas una consecuencia de un
problema más complejo.
Oceana
advierte que en México no hay un sistema para seguir la ruta del pescado a la
mesa. “Con la información generada, tampoco es posible determinar en qué punto
de la cadena comercial ocurrió la sustitución de especies en las muestras”,
señala esa organización. “Tampoco si dicha sustitución es accidental o
intencional”. Es decir, no hay autoridad.
Por lo que
será un milagro que ese ceviche que te saboreas sea de pescado y no de soya
(como de hecho también se publicó hace días: latas de atún que no son de atún).
Y el, para
mí, más preocupante de los hallazgos: luego de que se publicara el estudio y
por más difusión que el mismo tuvo, ni las autoridades de pesca del nuevo
gobierno, ni las de la Profeco, ni las de los estados que podrían intervenir en
las pescaderías, han hecho nada relevante para combatir estos fraudes. Nada. Ni
hablar con Oceana, vaya.
Ya sabemos
que el presidente Andrés Manuel López Obrador está obsesionado con las
gasolineras, pero quizá podría pedir a su gabinete que trabajara también, como
con las gasolinas, en construir un índice de quién es quién en los fraudes con
pescados: qué pescaderías dan bagre por robalo, qué marisquería te cobra un
mero pero te ve la cara de tilapia.
El gobierno
debería abocarse a sancionar, pero también a educar. Para que en viernes o
cualquier otro día, uno pueda elegir a conciencia –por religión, tradición,
antojo o dieta– el pescado que de verdad quiere comer y no termine por agotar
filetes vietnamitas que quién sabe si, en el colmo, no serán de contrabando.
Provecho (Sal se va, en este viernes, por una hamburguesa de res).
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