Martín Moreno.
Ni confusión ni
malentendido: Ricardo Anaya propuso pactar con Enrique Peña Nieto, con tal de
ganar la elección presidencial y frenar a López Obrador.
Allí están sus palabras
inequívocas, rotundas, cuando en Citibanamex se le preguntó si pediría una cita y hablaría
directamente con Peña Nieto para enfrentar a AMLO:
“Yo estoy absolutamente
abierto a construir con quienes haya que construir para ganar esta elección y
darle viabilidad al futuro del país”.
– ¿Existe esa
posibilidad? (De dialogar con Peña)
– Digamos que sí… (proceso.com.mx
29-abril-2018).
Dialogar con Peña Nieto
para enfrentar a AMLO.
Así, directo, sin
pudores ni obstáculos ideológicos.
Pragmático. A lo Anaya.
Y sí: aunque no se quiera decir, otra vez el PRI-AN.
“Hoy reitero mi compromiso
de consolidar una Fiscalía autónoma y apartidista que sea acompañada por una
Comisión de la Verdad con asistencia internacional, para investigar los
señalamientos de corrupción del gobierno del presidente Peña…¡Ya estuvo bueno
de que haya intocables”, advirtió Anaya a principios de
marzo pasado, justo en medio de la tormenta que en su contra desataban la PGR y
Los Pinos por supuesto lavado de dinero del panista, y cuyo objetivo era
descarrilarlo del segundo lugar para posicionar a José Antonio Meade.
Era entonces un Anaya
engallado, vociferante contra “ese PRI corrupto que se tiene que ir”, como lo lanzaba varias veces al día,
erigiéndose en un opositor abierto y sólido contra el régimen peñista.
Empero, muy
pronto se le olvidó ser opositor.
Muy rápido dejó atrás
su discurso virulento.
Y lejos quedaron
aquellos días que le acarrearon simpatías.
Hoy, a Ricardo
Anaya le ganó la ambición por encima de la convicción.
¿O qué pensarán
aquellos que creyeron en su postura de oposición y contemplaban votar por el
panista el uno de julio?
Hoy, seguramente,
lo repensarán.
¿Por qué? Por
los bandazos de Anaya tras la oferta – llamémosla por su nombre- a Los Pinos,
para sentarse a dialogar y unirse para derrotar a AMLO, ante el fracaso
innegable de Meade.
Primero: quedar
como un mentiroso. ¿O cómo llamarle a alguien que inicialmente promete atacar a
los corruptos y luego, públicamente, plantea pactar con ellos? Pareciera
que son dos personajes diferentes: el “joven maravilla” echado para adelante al
que no pudieron doblegar desde Los Pinos bajo la amenaza de investigarlo y
encarcelarlo, para luego dar paso al
“cerillo” (como también le apodan desde Querétaro) que, como esa diminuta
pieza, es fácil de manejar y eficaz a la hora de servir.
Segundo: quedar
como un indigno. ¿O cómo decirle a alguien qué con tal de alcanzar el poder
presidencial olvida sus promesas alimentadas con palabras valientes, para
catafixiarlas posteriormente por propuestas que no solamente provocaron
molestia sino también desencanto al aceptar sentarse a negociar el poder con
los corruptos que hasta hace algunos días prometía combatir?
Tercero: quedar
como un oportunista. ¿O cómo catalogar a alguien que hace apenas mes y medio
hablaba de investigar a fondo al presidente de México acusado en medios, bajo
una lluvia de pruebas, de corrupción, junto a algunos integrantes de su equipo,
prometiendo inclusive una Fiscalía autónoma acompañada de una Comisión de la Verdad
para castigar las tranzas del peñismo y ahora, cuando siente que la oportunidad
se le puede ir, recula de manera vergonzante y se declara “absolutamente
abierto” a dialogar con Peña Nieto?
Tres escenarios que vulneran, sin duda, a Ricardo
Anaya.
“Estos son mis
principios. Si no les gustan, tengo otros…”, frase de Groucho Marx que le embona como traje a la medida a Ricardo Anaya quién, demasiado
tarde, mostró arrepentimiento de su ofrecimiento de pactar con Los Pinos, al
decir que estaba en contra de pactos cupulares. Muy tarde ya. El daño está
hecho.
¿Le costará puntos en
sus intenciones del voto? Seguramente sí, ya que aquellos que estaban
indecisos, se habrán dado cuenta de que la dignidad política y la confiabilidad
personal del candidato Anaya son volubles, elásticas y tienen precio.
Posiblemente perderá ahora los puntos que había ganado tras el primer debate
presidencial.
Ofrecer platicar
siquiera con EPN sobre la elección, a solamente 60 días, fue el primer error
grave del candidato frentista.
Y aun a sus 39 años, Ricardo Anaya ya debería saber
qué en política, algunos errores se pagan caro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.