Por Gustavo
De la Rosa.
En estos
días se están sometiendo a discusión y aprobación las reformas a la Ley Federal
del Trabajo que garantizarán la libertad de los trabajadores a elegir a sus
dirigentes sindicales y a los sindicatos, con su mayoría de afiliados en una
empresa, a detentar el contrato colectivo de la misma.
Los primeros
recuerdos que tengo de la actividad política de mi padre, en la primera mitad
de la década de los cincuenta, fue en torno a los sindicatos; él era secretario
general de un sindicato de taxistas y había sido representante sindical del
Sindicato de la industria eléctrica en la Comarca Lagunera.
Desde 1972
he asesorado a muchos grupos de trabajadores que intentaron registrar un
sindicato para ejercer sus derechos, disputar las elecciones, cambiar a su mesa
directiva, o a los ya registrados, con mayoría de trabajadores afiliados en una
empresa, intentar administrar el contrato colectivo. Aún como estudiante
respaldé, con las limitaciones de un joven irreverente, las luchas históricas
de Rafael Galván, la resistencia del sindicato de la industria nuclear, la
sindicación de las universidades y las luchas en la ciudad de Chihuahua,
impulsadas por la inolvidable Irma Campos, Jaime García Chávez y Rogelio Luna.
En estas
actividades coincidí con excelentes personas y algunos brillantes abogados que
insistieron sistemáticamente en la modificación de la legislación laboral para
permitir que llegara la democracia sindical a las fábricas y a los centros de
trabajo. Esta fue una lucha que mantuve activa hasta 2005, cuando me designaron
visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y fue tiempo de atender
otro frente fundamental para la vigencia del Estado de derecho en nuestro país.
Pero en
2014, y hasta la fecha, volví al ataque y he buscado incidir en la lucha de los
trabajadores por su democracia, una lucha que ha sido tan grande y tan difícil
como la lucha por la transición democrática en México; la búsqueda de la
libertad sindical representa una batalla por los derechos de la clase
asalariada y quienes tienen el capital difícilmente van a ceder pues
prefirieron aceptar la democratización de los procesos electorales que los
llevó a perder el poder antes de reconocer que los trabajadores tienen igual
derecho que los ciudadanos a elegir a sus dirigentes
Hoy celebro,
profundamente emocionado, que se reforme la Ley Federal del Trabajo para
facilitar de alguna manera a los trabajadores para que se organicen y luchen
por sus derechos gremiales, y felicito a María Luisa Alcalde, hija de dos
grandes activistas y profesionales que han invertido parte de su vida en la
lucha sindical.
De estos 38
años de actividad profesional guardo grandes recuerdos triunfantes y sobre
dolorosas negociaciones contra las cuerdas; ya mucho he escrito, incluso mi
tesis profesional trata sobre los contratos colectivos en la industria
maquiladora, y hoy sólo escribo para festejar este logro de la larga aspiración
personal y profesional que pensé nunca ver porque la antidemocracia sindical y
la opresión de los trabajadores, bajo el mito de que son relaciones personales,
son parte de la estructura de este sistema de inversión mexicana que, como
todos los grandes renglones de la economía legal e ilegal del país, se ha
fortalecido en la ausencia del Estado de derecho, con la corrupción y la
represión
Si las
reformas pueden funcionar en la práctica, con los cambios establecidos en la
legislación, me doy por servido de mi vida profesional y política. Espero y
haré esfuerzos para que las buenas razones se convierten en hechos, y así
diremos que fueron amores.
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