Salvador
Camarena.
Se presenta
como reformador de la política pero también de la moral familiar.
Envía dos
vicegobernadores de buen perfil al Banco de México, y al mismo tiempo resucita
los polémicos precios de garantía.
Es también
un mandatario que hace cosas inéditas en el plano de la empatía con las
víctimas, como cederle el podio presidencial a la viuda de un periodista
asesinado, y, simultáneamente, es un comandante supremo empeñado en que el
Ejército patrulle y ordene en todas las calles del país.
Tiene
deferencias para Trump pero también para Maduro.
Madruga para
hablar con el país, pero no le interesa presidir la reunión del Consejo
Nacional de Seguridad, el máximo espacio creado en los últimos años para
dirimir qué hacemos con la violencia. El jueves, día en que éste sesionó,
llegó, habló y se fue. Algo así como aconséjense entre ustedes. Y tan tan.
Minimiza el
daño económico que puede provocar al Bajío el desabasto de la gasolina; en
cambio, ha iniciado un peregrinar por la ruta de pueblos aledaños a algunos
ductos, poblaciones marginales hasta las que irá para reconvenir a las ovejas
descarriadas por los huachicoleros.
¿Cuántos
Andrés Manuel López Obrador ocupan la Presidencia de la República? ¿Cuántos
hemos visto en estos sus primeros dos meses en Palacio Nacional?
El martes,
en su conferencia de prensa, López Obrador sermoneó sobre los más pobres y el
huachicol. Ese día aseguró que las “prácticas antisociales” arraigan entre
ellos porque fueron marginados de la riqueza nacional por una clase política
que, encima, le ponía el mal ejemplo con sueldos estratosféricos y todo tipo de
abusos.
“Y se
atendió o se simuló que se iba a atender el problema con medidas coercitivas,
que tampoco ¿eh?, porque no se cuidó a la gente, no se creó un buen sistema de
seguridad pública tampoco. Pero todo era operativos para andar persiguiendo
delincuentes en la parte de la seguridad, pero las causas se desatendieron por
completo”, dijo a los reporteros ese día.
López
Obrador el contradictorio: el Presidente que busca crear una Guardia Nacional
militarizada, que quiere además endurecer penas y volver a la prisión
preventiva (que siempre castiga más a los más pobres), critica a sus
antecesores por haber emprendido básicamente “medidas coercitivas”.
Dar
seguimiento a las conferencias matutinas de AMLO se ha convertido en labor de
gambusino del viejo oeste. Del torrente de palabras de cada mañana quedará en
la batea apenas un par de declaraciones relevantes, por el fondo o la forma,
para seguir intentando descifrar a dónde nos lleva este gobierno donde el
Presidente declara y declara, convencido y (hasta hoy) convenciendo a muchos de
que tiene un plan.
En ese plan
existe un destino manifiesto para los mexicanos. Nuestra tierra prometida es la
bondad. “La gente es buena, buena, buena”, agregó ese día martes. “Tenemos un
pueblo noble, un pueblo honesto. Es que estos gobernantes han sido muy malos,
muy malos; o sea, no merecemos vivir así. Hay muchas riquezas naturales, un
pueblo bueno. Pero un mal gobierno, eso es lo que se ha padecido durante mucho
tiempo”.
Y qué mejor
destino para un “pueblo bueno” que el que por fin haya surgido un Presidente
bueno. Porque eso es lo que contaba López Obrador de tiempo atrás a algunos de
sus compañeros de andanzas. Eso, que todo lo que a México le hacía falta era un
Presidente bueno. No mejores instituciones, no más equilibrio de poder, no más
desarrollo por regiones. No. Un bueno en la Presidencia.
Sin
detenernos a cuestionar eso de que “la gente es buena, buena, buena”, qué si
dentro de todo lo que la gente necesita no es un Presidente bueno per se, sino
uno con políticas surgidas no sólo de la voluntad, por más buena que ésta
fuese, de un solo hombre. Qué si lo que México necesitaba era alguien cuyo plan
no sea él mismo, sólo él, con todas esas (nada menores) contradicciones que le
vemos anunciar cada semana con semana, sino alguien que sumara, alguien que
entendiera que los planes suelen tener mejor destino cuando el hombre se ajusta
al momento, y no al revés.
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