Javier Risco.
“Sobrevivientes al ataque en un salón de fiestas de
Minatitlán la noche del viernes narraron que el tiroteo duró más de 10 minutos,
pues remataron a las personas que aún se movían, incluso a un bebé de un año.
El bebé, dijeron los testigos, estaba en brazos de su madre, y también fueron
blanco de los balazos. ‘Le dispararon directo, se dieron cuenta de lo que
hicieron, le dispararon al niño y su madre’, afirmó una señora, asistente al
festejo y familiar de uno de los fallecidos. ‘Sólo me puse a rezar, a pedir
perdón a Dios’”. Este es un fragmento de la crónica del periodista Benito
Jiménez para el diario Reforma de la tragedia ocurrida en Minatitlán. ¿Cómo
reaccionar ante esto? A mi alrededor vi de todo, rabia, tristeza, desolación,
frustración, desde una casa en Xalapa, Veracruz, mi abuela me habló de
Minatitlán como un pueblo en el que poco sucedía hace un par de décadas atrás,
su cercanía a Coatzacoalcos lo hacía parada obligada, me contó de un par de
restaurantes y cuando le narré lo que había sucedido no hizo más que frotarse
la cara con ambas manos, no me atreví a decirle lo del bebé de un año. Después
leí la desesperación en redes, el reclamo generalizado y la defensa de un
gobierno “que apenas comienza”. No me detendré en las cifras de terror, en que
el primer trimestre de 2019 se convirtió en el más violento, o que en
Minatitlán, de acuerdo a una nota de Animal Político, en los últimos tres años
los homicidios han crecido más del 90 por ciento; tampoco hablaré de la
estrategia aún incompleta de este gobierno, de la comparecencia en un par de
días de Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, para dar
respuesta a tantas preguntas de la Guardia Nacional y del plan de seguridad
para los próximos seis años, ya habrá oportunidad de escribir de eso. En lo que
me quiero detener es en la respuesta del presidente.
El 26 de septiembre de 2017, un año antes de la despedida del
sexenio de Peña Nieto, en este mismo espacio, escribí la columna 'A qué huele
Ayotzinapa', en ella expuse lo que me parecía increíble, aquí un fragmento: “En
tres años no ha sido capaz de conocer la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos
en Ayotzinapa. Nunca se ha parado ahí. No ha sentido la menor curiosidad por
recorrer sus pasillos, admirar sus muros, sentarse en un aula, hablar con dos o
tres maestros, ver el uniforme del equipo de futbol y conocer de frente un
lugar indispensable no sólo en la historia de Guerrero sino de nuestro país.
“Aunque se ha considerado como una de las tragedias más
grandes de su sexenio, no le interesa respirar su aire, mucho menos conocer a
los más dolidos debajo de sus techos. En febrero de 2016 fue a Iguala, es lo
más cerca que ha estado, y sus palabras fueron lamentables: pidió que no
quedaran marcados por la tragedia”. Nunca di crédito de la insensibilidad del
presidente Peña Nieto, no haberse parado en la Raúl Isidro Burgos, lo desnudó
de cuerpo entero, todos supimos que sin ese gesto jamás se iba a llegar a la
verdad. También recuerdo las primeras reacciones del gobierno federal, en voz
del exsecretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, minimizando el
hecho, diciendo que se encargarían autoridades locales.
Esas respuestas son las que creí que se habían desterrado con
el nuevo gobierno, creí que el trato a las víctimas era distinto. La respuesta
del presidente López Obrador ha sido por demás lamentable, ha resumido sus
fobias en un tuit: “Callaron como momias cuando saqueaban y pisoteaban los
derechos humanos y ahora gritan como pregoneros que es inconstitucional hacer
justicia y desterrar la corrupción. No cabe duda de que la única doctrina de
los conservadores es la hipocresía. Son como sepulcros blanqueados”. En un
evento ayer en Veracruz ha dicho que: “Duele mucho enterarse y tener noticias
como estos asesinatos viles de Minatitlán, todo este fruto podrido, todo esto
que se heredó de una aplicación de una política antipopular y entreguista donde
lo único que les importaba era saquear y robar... el gobierno no estaba
convertido para servir al pueblo... todavía tenemos que enfrentar esa inercia,
esa mala herencia, ese fruto podrido, ese cochinero que nos dejaron, pero vamos
a limpiar y va a haber justicia, me canso ganso”. La culpa es del pasado, una
palabra de lamento y la culpa es del cochinero. Entiendo que la inercia de la
violencia en este país está lejos de detenerse, que es poco tiempo para ver un
cambio, pero no es poco tiempo para ver otras formas y tener un presidente
mucho más cercano. López Obrador trató la tragedia de Minatitlán como si se
tratara del bloqueo en una carretera de un grupo de inconformes.
En la cabeza del presidente pesó más hablar de pregoneros
opositores que de una tragedia que nos removió a todos; en circunstancias y en
tiempos muy distintos sí vale la pena preguntar: ¿A qué huele Minatitlán? Ojalá
el Presidente pronto también se lo pregunte.
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