Por
Alejandro Páez Varela.
He sostenido
durante años que Felipe Calderón
Hinojosa es una anomalía de nuestra democracia; una especie de tumor, una
malformación que nos ha resultado cara. Apareció allá por 2005 alimentado por
las células podridas, y se enquistó en el órgano durante seis años. Cuando
pensábamos en la convalecencia, nos dejó otra enfermedad de pesadilla (que
resultó igual o peor): Enrique Peña Nieto. Y Calderón todavía sigue por allí,
provocado fiebres y descompensaciones.
Este tumor evitó la llegada de Andrés
Manuel López Obrador en 2006. Cientos de millones de pesos se invirtieron para
atravesarse a AMLO entonces. Habría sido un Presidente muy distinto al que ganó
en 2018; habría llegado sin partido político propio, sin Congreso a su
disposición y con más contrapesos. Pero la anomalía infectó la democracia y no
fueron seis, sino doce años de descomposición. Fue él quien nos dejó –además de
Peña– el cáncer de la violencia y la división que todavía devoran partes del
cuerpo. Vaya herencia. Nada ha vuelto a ser igual desde la aparición de
Calderón en la escena pública. Hasta su ex partido, el PAN, padeció al tumor:
con penas ha ganado elecciones en más una década (ninguna presidencial); con
penas ha podido retener algunos bastiones. Y a pesar del daño que le provocó,
escupió al piso, quebró otros vidrios y dio un portazo.
Lo que vemos hoy (una oposición sin
fuerza y sin líderes) es en gran parte herencia de la anomalía, del tumor que
se instaló en la Presidencia en 2006 y que causó un gran daño hasta 2018. El
Presidente Andrés Manuel López Obrador no tiene contrapesos porque los mismos
contrapesos malgastaron el bono que les confirió el pueblo. AMLO llegó a
Palacio Nacional con esfuerzo personal, pero también con la ayuda decidida de
sus contrincantes.
Ahora, de las ruinas, apenas un
puñado intenta reagruparse para hacerle frente al poder del Presidente, para no
dejarlo gobernar solo. Este reagrupamiento busca ganar algo del poder perdido
por 18 años de gobiernos fallidos. Primero se necesita que esta oposición
encuentre líderes que sobrevivan la prueba de fuego: no tener cola que les
pisen. Luego, que tengan un peso moral específico y puedan convocar a más de
diez. Se ve difícil.
Del PRI no rescato a nadie, nadie:
ese partido, de hecho, debe desaparecer para siempre. De PAN, Movimiento
Ciudadano y PRD, apenas unos cuantos. De los órganos empresariales podrían
salvarse algunos que no participaron en el saqueo, pero siempre tendrán que
apoyarse en una iniciativa privada que huele a podredumbre de décadas. ¿De
dónde, entonces, sacar líderes para enfrentar el poder del Presidente? Y,
además, ¿de dónde rescatar perfiles para formar cuadros y que uno de esos pueda
coaligar fuerzas que puedan medianamente enfrentarse en las urnas (sobre todo
en 2021 y 2014) al poder cada vez más robusto de Morena?
El
Presidente ha armado un movimiento poderoso que se alimenta de distintas
afluentes. La más importante, sin duda, es la gente, los de a pie: todos esos
millones que durante décadas fueron despojados de futuro y que vieron cómo un grupo
de vivales se apoderaba del Estado para convertirlo en herramienta de su
ambición personal; todos esos que recibieron patadas en vez de desarrollo,
mientras el puñado, en su cara, disfrutaba de las mieles de un país rico. La
oposición, la que sea, debe saber que el Presidente se ha ganado, literalmente,
a millones.
La segunda
afluente está compuesta por políticos que ha recogido de todas las corrientes.
Para gobernar se necesita gente: AMLO la ha recogido de todas partes, aunque a
veces, en la pizca, se le peguen algunos mugrosos. Esa estructura, con un
Presidente fuerte, mantendrá la cohesión. Será difícil para la oposición, pues,
articular un movimiento con políticos que ahora se han sumado a las causas del
nuevo Gobierno.
La tercera
afluente, y paradójicamente sería la menor (dado que es un movimiento masivo),
se compone de los que vienen acompañándolo desde hace años. Sus más leales.
Allí difícilmente podría obtenerse gente para articular un movimiento opositor.
¿Quién renuncia a un poderoso cuerpo en el poder y qué podría tentarlo a
abandonarlo todo, ahora que lo ha alcanzado?
Así pues, las preguntas se mantienen
intactas: ¿de dónde sacar líderes para enfrentar el poder del Presidente? ¿De
dónde rescatar perfiles para formar cuadros?
Hay un movimiento
tímido que empieza a tomar forma: es el que tiene por cabeza más visible a
Javier Corral Jurado. Está, por supuesto, el que aglutina Felipe Calderón
Hinojosa. No son lo mismo. Son, de hecho, opuestos. El primero podría estar
muchísimo más articulado si tiene respaldo oficial del PAN, el PRD y Movimiento
Ciudadano; el segundo va por la libre y aglutina fuerzas que operaron con
Margarita en 2018 y que acompañan a Calderón desde 2005. Visto así, tiene más
posibilidad el primero que el segundo. Calderón ha ganado una sola elección (si
es que la ganó) y con trampa. Corral, al menos, tiene detrás la experiencia de
haber sido oposición inteligente de poderes (como las televisoras) ponzoñosos.
Y no veo
mucho más que eso.
La oposición
(como un todo, porque está básicamente despelucada) podría empezar por
apuntalar a algunos líderes que, como Corral, han alzado la mano. Y a la vez,
algo que no es fácil: despegarse del fracaso que resultó el muchacho, Ricardo
Anaya. Y la triada PRD-PAN-MC me suena demasiado a fracaso. Por algo deben
empezar, pero ya. Quedan cinco años para apostarle a un puñado y prepararlo
para 2022.
En 2021,
antes del proceso electoral presidencial, Corral deja la Gubernatura. Otros
salen en ese momento, como Francisco García Cabeza de Vaca, que con los riesgos
que implica gobernar un estado como Tamaulipas no la ha hecho mal. Y quizás el
Gobernador Enrique Alfaro de Jalisco, pero es pronto para saber quién es,
realmente; no me queda claro qué lo mueve. Y luego estará, desde luego,
Margarita Zavala por parte del calderonismo. No candidateo a nadie para la
presidencial: digo que la oposición debe empezar a buscar cuadros, simplemente.
López Obrador ha creado un movimiento
poderoso y al mismo tiempo la oposición se ha generado un vacío. Pero nadie se
vuelve contrapeso porque sí, porque ya dije que lo soy. Si ésos o cualquier
grupo no empiezan por depurarse; si no reconocen en qué le han fallado a los
mexicanos; si no toman distancia de los que han engañado a México una y otra
vez, es posible que no sólo no sean contrapeso de nada, sino que lleguen a 2022
sin un candidato de medio pelo para enfrentar a ese gigante que es el
lopezobradorismo.
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