Salvador
Camarena.
El miércoles
María Amparo Casar publicó “Presidencia de Dos Vías”, una columna donde establece,
con argumentos, que estamos ante una realidad donde el presidente Andrés Manuel
López Obrador encabeza un gobierno formal, y uno paralelo.
“Parecería
absurdo decir que un gobierno electo democráticamente y que además goza de una
gran popularidad y aceptación pudiera estar montando un gobierno paralelo. No
lo es”.
Retomando al
polémico editorialista anónimo del NYT, que en verano pasado publicó que en EU
se vive “una presidencia de dos vías”, donde funcionarios de la Casa Blanca
intentan ser responsables dentro del caos Trump, Casar dice que “lo novedoso y
sorprendente en México es que por esas dos vías transita la misma locomotora y
el mismo conductor”.
En el caso
mexicano, argumenta María Amparo, “el federalismo –de utilería como lo llamé en
algún momento– ha sido rebasado por una nueva estructura que se controla desde
Palacio Nacional: los superdelegados que concentran poder político, económico,
social y territorial –quizá también policial y de inteligencia– y que responde
a la Presidencia de la República”. Y luego agrega:
“Las
políticas públicas no se adoptan con base en ‘libros blancos’ en los que se
ofrece un diagnóstico y se ponen a consideración distintas rutas de acción
basadas en estudios de costo-beneficio, impacto ambiental, marco normativo,
afectaciones de terceros, racionalidad económica o cualquier otro criterio
propio de las administraciones modernas, sino de consultas a modo que violan la
legalidad vigente (…). Los censos y/o padrones de beneficiarios ya no pasan por
las instancias gubernamentales como las secretarías de Estado o los órganos
autónomos como el INEGI sino por un pequeño ejército de ‘servidores de la
nación’ sobre los que no hay información”. Al respecto de esto, Casar advierte
el peligro del uso político de padrón y empadronadores.
Enseguida,
Casar destaca cómo desde Palacio Nacional lo mismo se hacen acusaciones a
funcionarios o ciudadanos, se otorgan perdones a corruptos o formulan
realidades numéricas sobre la marcha del país, y que ante todas esas
aseveraciones “estamos obligados a creerlas aun cuando carezcan de fuente
comprobable. Se ofrecen a la buena de Dios y se toman por buenas porque el
emisor es honesto y su palabra infalible”.
Tenemos un
Presidente que opera con una lógica administrativa y otra estrictamente de
captura, concentración y operación de poder.
Pero no es
cierto que López Obrador opere sin libros blancos, racionalidad económica o
análisis de costo-beneficio. Tenemos el defecto de minimizar el entendimiento
que el Presidente posee del país que recibió, del funcionamiento de las
instituciones heredadas y de las consecuencias administrativas y/o financieras
de sus actos a la hora de cancelar el aeropuerto, deshacerse del avión
presidencial o hacer consultas “a modo”. AMLO sabe que había una ortodoxia, la
atiende más a menudo de lo que estamos dispuestos a conceder (la SHCP va bien,
por ejemplo), pero ha decidido cambiar de cuajo esa forma de operar, con el único
propósito de privilegiar su idea de que se debe gobernar para los pobres y a
partir de un paradigma nacionalista antes que global. Y no le importan mucho
los costos (es cierto que puede ser que algunos de esos costos ni siquiera los
dimensione). Ese gobierno formal existe, pero, y aquí lo más valioso de la
tesis de Casar, está al servicio de un proyecto político.
No olvidemos
cómo llegó AMLO a la Presidencia en 2018. No fue porque “ya le tocaba”, sino
porque montó una red nacional de operadores que primero armaron Morena y luego,
tras la derrota de 2017 en Edomex, una eficaz estrategia electoral en el
territorio.
Hoy, desde
el gobierno, López Obrador encabeza una nueva ocupación territorial que borra
límites estatales, municipales, formales y… legales.
Pensándolo
mejor, quizá no exista la Presidencia de dos vías. Es una sola vía: cambiarán
lo que haga falta para, desde la ocupación territorial de todos los ámbitos
–seguridad, producción, asistencia social–, redefinir la operación
gubernamental. Hay una sola vía: la territorial, lo demás es accesorio de ello.
¿Un ejemplo? Las estancias infantiles eran una red que no operaba en el
territorio en la lógica presidencial. Y era de las pocas que aún quedaban. Que
pongan las universidades sus barbas a remojar.
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